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El Viernes Santo, la Iglesia conmemora con profunda solemnidad la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Es un día de silencio, recogimiento y adoración, en el que el centro de la liturgia es Cristo crucificado.

Un día sin Eucaristía: el centro es la Cruz

Siguiendo una antigua tradición, este es el único día del año en que no se celebra la Santa Misa. En su lugar, la Iglesia se reúne para la Celebración de la Pasión del Señor, compuesta por tres momentos centrales:

  1. Liturgia de la Palabra, con el relato de la Pasión según San Juan.
  2. Oración universal, donde se intercede por toda la humanidad.
  3. Adoración de la Santa Cruz, signo del amor redentor de Cristo.
  4. Comunión, con las especies consagradas el Jueves Santo.

La Cruz, centro de nuestra fe

Al finalizar la celebración, el altar queda despojado, y la Cruz permanece expuesta con cuatro candelabros. Se dispone un lugar especial para que los fieles puedan acercarse a adorarla en silencio y oración, recordando que en la Cruz nació la Iglesia y brotó la salvación del mundo.

Día de ayuno, abstinencia y silencio

El Viernes Santo es día de penitencia obligatorio para todos los fieles. Se guarda ayuno y abstinencia, como expresión de unión con el sacrificio de Cristo. Este día no se celebran sacramentos, salvo la Penitencia y la Unción de los enfermos. Las exequias, si se celebran, deben hacerse sin cantos ni sonido de campanas u órgano.

Este día nos invita a contemplar el misterio del amor que se entrega hasta el extremo, y a acompañar a Jesús en su Pasión, con un corazón contrito y esperanzado.

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