Cuentan que una anciana, preocupada por dar lo mejor a sus nietos en Navidad, se afanaba muchísimo por preparar los detalles y regalos que les daría. Nadie sabe en qué se ocupó toda la semana previa. Como vivía sola, los únicos testigos era su gato Paco y un agapornis sin nombre que se congregaba junto a Paco en el alféizar de la ventana.
¿Qué haría la abuela? Nadie lo sabe, pero aquella semana estuvo algo más distraída que de costumbre, con constantes idas y venidas al centro del pueblo. De hecho, ese año, el precioso Belén Napolitano de la tataratataraabuela, no lució en el salón.
El día señalado, todo estaba a punto. No faltaba nada en aquella casa para la ocasión.
Al fin llegó el día. Desde temprano los niños revoloteaban alrededor del árbol, para tratar de adivinar lo que les habían traído por Navidad. Pero alrededor del árbol no había nada. ¿La abuela se habrá olvidado? Podía ser, pero no era nada habitual.
Después de la comida y la sobremesa, los niños, hacían señas a sus papás para que preguntaran a la abuela por los regalos.
Fidel al fin se decidió a contestar las demandas de Mateo, que le tiraba del borde de la camiseta.
-Bueno mamá, que tienes a los niños en casa revolucionados esperando sus regalos. Anda, no le hagas esperar más.
-La verdad es que este año no tengo regalos para cada uno. Solo tengo uno.
Los pequeños se miraron y hasta se advirtió una lágrima a medio salir en la mejilla de Adrián, que no podía contener su cara de frustración.
-Bueno no pasa nada, replicó Humberto, el mayor de sus hijos. En otro momento será, ¿verdad mamá?
-Sí, en otro momento. Aunque si queréis tengo algo en qué entretenernos para después de recoger la mesa.
Los niños, sobre todo los pequeños se animan con cualquier cosa. Así que, sin preguntar, dijeron que sí, que se apuntaban. Los más mayorcitos, liderados por Paula tenía el no el la boca todo el rato y antes de decir sí, querían saber de qué se trataba.
La abuela se puso de pie, y de encima del mueble marrón del salón, sacó una caja de cartón corriente, sin adornos ni lazos. La puso encima de la mesa y los miró a todos, como esperando que tomaran sus puestos.
Paula, no pudo esperar más y abrió la caja. Dentro, había una granja completa de animales, o eso parecía. Al ir desvelando los muñecos que quedaban sepultados por los que estaban más arriba, pudieron entender que era un Belén para niños.
Los colores; las diferentes formas y figuras les cautivaron desde el primer momento. Todos se abalanzaron a escoger aquellas figuras que les llamaban más la atención. La abuela reía: eran exactamente las 5 de la tarde.
Pasó el tiempo y pasó, y un precioso Belén quedó expuesto en el solitario árbol. Ocupaba todo el bajo, sobre una capa gruesa de algodón simulando la nieve.
Allí, María y José, acogían con los brazos abiertos al Niño Dios que nacía. Regalaba una maravillosa ilustración, una postal de Navidad preciosa.
El tiempo juntos y de calidad, ese era el regalo, porque por más que querían los adultos, a los niños, durante 3 horas, no los pudieron apartar de su abuelita.
A veces, se nos exprime la cabeza fabulando la mejor forma de sorprender a los que queremos con cosas caras, con regalos sorprendentes, pero lo importante en la Navidad, es vivir ese calor de hogar, de familia, de amigos y hermanos, que nos regala Jesús, al nacer.
DE INTERÉS…