“Nuestro ideal es vivir plenamente el misterio de la Eucaristía y la respuesta a esta presencia real de Cristo es ofrecernos al Padre, juntamente con Él, por el voto de adoración perpetua”.
«Nuestra espiritualidad eucarística reparadora nos apela a no vivir para nosotras mismas sino dejar que Cristo sea en nosotras, como dice el Apóstol, correspondiendo a su amor personal mediante la entrega confiada de nuestras personas, especialmente durante los tiempos de Adoración, y poniéndonos a su disposición en nuestra misión apostólica”.
María, la Madre de Dios, mujer humilde y pobre, nos enseña que el Espíritu nos conduce a las actitudes de sencillez, desapropiación y entrega. Aprendemos de ella la grandeza de su fe, su actitud adoradora y su disponibilidad al plan de Dios. Las Esclavas de la Eucaristía y de la Madre Dios realizamos nuestra misión evangelizadora con María y como María. Ella fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estemos animadas quienes, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperamos a la regeneración de los hombres.
Hemos nacido dentro de la gran familia franciscana y llevamos en las venas el deseo de seguir a Jesucristo pobre y crucificado. Procuramos distinguirnos por la afabilidad, cuidando con delicadeza la dignidad de toda persona que trate con nosotras y cuidando de todo lo creado como don y presencia de Dios.