«Cuentan que un grupo de espeleólogos quedaron sepultados por un alud en el interior de una cueva. El equipo de rescate no podría llegar hasta el amanecer.
Mientras, fueron recogiendo algo de leña y encendieron una fogata para calentarse. Sabían que si el fuego se apagaba, morirían irremisiblemente. Cuando se extinguió la llama y las brasas se cubrieron de ceniza, ninguno echó al fuego el puñado de leña que se habían guardado:
−Jamás daría yo mi leña ─pensó el primero─ para calentar a un negro.
−¡Lo tienen claro ─pensó el segundo─ si piensan que voy a regalar mi leña a estos holgazanes. Es mía, me ha costado muchísimo esfuerzo conseguirla.
−Es muy probable ─pensó el negro─ que tenga que utilizarla para defenderme. Además, jamás compartiría mi leña con quienes me oprimen o se niegan a reconocer mi propia dignidad.
−Este temporal puede durar varios días ─pensó el que era oriundo del lugar─ voy a guardar mi leña por si acaso.
−El quinto hombre parecía ajeno a todo. Era un soñador. Mirando fijamente las brasas, jamás le pasó por la cabeza ofrecer la leña que tenía.
Cuando llegó el equipo de socorro se encontró con cinco cadáveres congelados. El responsable comentó consternado: «lo que realmente les ha matado ha sido el frío interior».
En el XII Capítulo General de nuestra congregación, se nos habló de mantener encendido nuestro fuego interior para poder ser luz, fuego y calor para cuantos se acerquen a nosotras…
Se nos decía: «Mantener encendida la «hoguera» se convierte también para cada una de las Esclavas de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios, para cada comunidad, en el proyecto evangelizador más urgente e importante. Compartir nuestra «leña», toda la «leña», será la única garantía de supervivencia, para poder tener luz y calor mientras esperamos el «amanecer».»
Todos, tú también, tenemos leña y fuego en el interior de nuestro corazón.
Y tú… ¿Qué vas a hacer con tu leña? ¿La vas a guardar sólo para ti o quieres ser fuego que arda consumiéndose y dando calor a tu alrededor?