La fe es decir “Si” a una persona, a Alguien a quien aceptamos plenamente. Esta aceptación supone un compromiso a Cristo y a su Evangelio.
La fe es aceptar en la propia vida su mensaje. La fe es fiarse de Dios como hizo María: “Hágase”. Y dejarse guiar por esa fuerza interior.
La fe nos hace nos hace ser más sencillos. María llena de Dios, se llama su esclava y sierva. Los hombres cuanto más llenos de Dios, están más vacíos de si mismos. Donde está el Espíritu de Dios está el amor y donde está el amor, allí está Dios.
Dichosa Tú porque has creído. Su valor y su grandeza no se fundan en ninguna cualidad humana, ningún saber, su grandeza se define como cercanía de Dios: Ha dejado que Dios sea el Señor de su vida, ha respetado su presencia y acogido hasta el fondo su Palabra.
Es una mujer con Dios, por eso es grande, porque vive muy cerca el misterio transformante. Ha recibido el don de Dios y apoyada en la fe su vida puede ser distinta, una expresión de la obra de Dios, un servicio que consiste en dejar que Cristo venga y en llevarlo a los hombres.
El discípulo cristiano que se adhiere personalmente a Jesucristo, reconoce y venera con singular devoción, la función mediadora e intercesora de la madre de Dios, así Madre Trinidad, mujer de fe, nos lo lega en su testamento:
“No os separéis nunca de nuestra Madre María Santísima. Imitadla. Quince minutos de consulta y oración a sus purísimos pies, os habrán desvanecido todas vuestras luchas, y saldréis de su Escuela ilustradas, caritativas, humildes, llenas de paz y alegría, haciendo bien a vuestro prójimo. Llevaréis en vuestro rostro los destellos de la luz de la que es Sede de la Sabiduría.”
Testamento M. Trinidad