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Echando la vista atrás, descubrimos la bondad sin límites, derrochada a manos llenas por Dios a nuestra familia religiosa.  Para quien no conozca la historia, será difícil de imaginar. Es en el hilo de nuestra trayectoria congregacional, de los avatares y tropiezos, de las transformaciones y aperturas del alma a las mociones del Espíritu Santo, que realmente vemos reflejado ese caudal de amor que brota de Jesús Eucaristía. Sin Él “no tendría razón de ser nuestro Instituto”.

Nacimos en un monasterio de clausura, allí, a la sombra apacible del Sagrario de San Antón, fue caldeándose el corazón de nuestra Madre, para salir a la Tierra Prometida a darlo todo. ¡Anda si lo hizo!

“El divino Corazón de Jesús en la Eucaristía nos habló muy claro en la noche del 19 al 20 de marzo del año 1912. Cuando pidió esta reforma, las verdaderas capuchinas sintieron una renovación de espíritu extraordinaria. Jesús derrochó sus misericordias sobre las almas de las hijas de la seráfica madre santa Clara.,. La abadesa, que ardía en deseos de cumplir lo que creía le pedía el Señor, veía para su realización un mar insuperable de dificultades.

Al pie del altar, en aquella noche memorable, sus hijas caldeadas en un amor seráfico, oyeron una voz clara e inteligible que venía como del altar que nos decía: «La adoración perpetua a Jesús Sacramentado por mis hijas observantes de mi Regla bajo el amparo y protección de la Virgen Santísima al pie de la Cruz, harán fuerza al Corazón del Divino Redentor, y este, derramará a torrentes su amor y misericordia sobre el mundo entero, que vendrá a saciar su sed en esta fuente adorable de la Eucaristía.

En aquel centenario el fuego de la Eucaristía hacía sentir en muchas almas el mismo anhelo de acercarse más y más al fuego divino del tabernáculo a rendirle perpetua adoración y amor. Algunas me decían: ¿Habrá querido la seráfica madre santa Clara dejar caer una centella de su amor a Jesús Sacramentado en nuestras almas para que seamos las primeras que nos consagremos a la adoración?”.

Las noches de oración han marcado cada uno de los pasos de nuestro itinerario. Y la oración misma, se volvía respuesta en tiempos de desazón. Nada de lo que se hizo, se quedó sin pasar antes por delante del Santísimo. Ese, creemos sin género de duda, que es origen de nuestra expansión por el mundo: ir siempre a buscar respuesta al lugar de “todas las respuestas”. Cada una de nuestras presencias, ahora como antes, responden a una necesidad del Corazón de Dios, y del alma de cada hombre o mujer; de jóvenes y niños que anhelan ese encuentro con el Cielo, o lo necesitan.

Mirar atrás es motivo de alabar y agradecer. El corazón agradecido canta, y el enamorado, también. Si ambas cosas se conjugan en cada una de nosotras, el motivo de celebración es doble.

Frente a los primeros obstáculos: aquella persistente falta de los apoyos suficientes para establecer allí un trono de adoración eucarística perpetuo en San Antón, la Madre confío. En ningún momento vio aquel fuego eucarístico que le abrasaba como un indicio de un plan personal, ni se desesperó; Dios siempre lleva a término lo que quiere. Ella supo en todo momento buscar el lugar donde Dios quería establecer su reino de adoración y no su propio lugar de seguridad

Esperó, y llegado el momento, acogió cada giro o cambio de planes, como el itinerario claro que, en medio de la más absoluta oscuridad, le dictaba el Espíritu. Supo escuchar, supo esperar el “silbido apacible” y descifrar el significado de cada contratiempo.

Creemos, que uno de los cambios que más costó a la Madre desde el punto de vista personal (aunque todo lo sobrenaturaliza en sus escritos), fue pasar de la Vida Contemplativa a la Vida Activa, también incluir los planes educativos como denominador común a todas sus casas. Pero dudar del plan de Dios, no estaba en sus planes.

“Considerada en sí misma la vida contemplativa es sin duda más perfecta que la vida activa… Pero en casos particulares, pueden darse circunstancias en las que la vida activa haya de preferirse a la vida contemplativa. A ambas sin embargo ha de preferirse la vida mixta (que es la nuestra) porque, así como es más perfecto alumbrar que el solo arder, de igual suerte, el comunicar a otros las cosas contempladas es más excelente que el guardarlas uno para sí; por eso Jesucristo y los Apóstoles abrazaron una forma de vida mixta.

Me lo tenía pedido el Señor, que de la vida de adoración hecha en espíritu y en verdad, derivara la activa de enseñanza gratuita o obras, de las cuales no se dejase como principal fin la adoración y secundario la activa, dos vidas hermanas dirigidas por la mayor, contemplativa.

Mucho ánimo, hermanas del alma, si Jesús lo quiere, y está con nosotras, ¿a quién temer?… Si él nos llamó y trajo con amorosa providencia a su servicio, y le seguimos por solo su amor, nos resta sólo seguirle. Nos pide ahora trabajar en su viña uniendo a la oración y penitencia, el trabajo en la salvación de las almas; no nos neguemos. También a sus Apóstoles los previno con la oración y retiro, después los envió a trabajar. ¡Qué dicha, que Jesús nos mire como miró aquellos pobres pescadores que sólo sabían de redes y pesca. Él, que los llamó a ellos, nos llama a nosotras. Él les enseñó lo que tenían que predicar; también cuidará de sus capuchinas enseñándoles a cumplir su adorable voluntad, antes escondidas, ahora enseñando, mañana aprendiendo, y siempre amando y sirviéndole de todo corazón”.

Mirar las cosas desde los ojos de Jesús, le permitió no anclarse o enquistarse en sus propias configuraciones externas. Ella quiso con sus hijas dar respuesta a una ilusión de Dios, y las ilusiones de Dios, “son inescrutables”.

Así que cuando llegó el momento, se encargó de reunir a sus hijas entorno a ese nuevo ideal o “molde” en vez de regodearse en aquellos santos deseos de desierto y oración, penitencia, minoridad y pobreza. Todo lo adaptaría para responder con la respuesta adecuada al reclamo de su Señor.

Esa grandeza, la flexibilidad con que vivió las sugerencias de sus superiores, todo lo que hasta aquí ha sucedido, ha servido para llegar a estos 100 años.

Recordamos con mucho agradecimiento, las cartas de la Madre a sus hijas durante el tiempo en el que estuvo frente a la congregación. En ellas es diáfana y clara como en ningún otro tipo de escrito de los que se conserva de su puño y letra. El encanto de las cartas, recién publicadas (las primeras 300), es esa claridad con la que se muestra, y que recogen muchas situaciones insospechadas, cientos de preocupaciones, de gestos de amor, fraternidad y cariño. El ambiente de familia, al que dio mucha importancia la Madre, hoy, nos congrega en estos primeros 100 años.

“Por aquí seguimos trabajando con toda el alma por llevar a cabo la obra de Dios. ¡Bendito sea su santo Nombre! Estoy cansada, pues no me acuerdo haber trabajado tanto en todos sentidos como en la casa de Sobrado y esta. Nos vinimos unas pocas y como quería nos dijesen la santa misa y nos dejasen reservado, con dos monjas que no podían más, y yo con la escoba, tres días barriendo y limpiando el polvo. Estoy molida, ¡si salgo viva!, creo que resisto cualquier viaje, aunque sea el Polo Norte.

Esta pobreza seráfica que aquí tenemos para Jesús me duele tanto… Únicamente el copón nos regaló M. Providencia, pero ni cáliz, ni custodia, ni taza, ni galletas, ni purificadores (ni tela para hacerlos); ni encajitos para el sagrario. Así que lo más viejo y que menos les sirva ahí me lo manden ya por amor de Dios, y la máquina si pudieran y el despertador que menos falta le haga, o los retacillos que le sobren. No tiene el rey más que el palacio y espera lo vistan”.

Sobre todo, en sus fundaciones se ve una preocupación que es común: la adoración, la fraternidad y la educación humana de calidad para niños y jóvenes. Esa realidad, ahora se extiende a muchas otras situaciones tocadas por el Corazón Eucarístico de Jesús, a través del carisma que inspiró a la Madre.

“¡Benditas seáis! que llenas de fe y amor vinisteis a esta hermosa tierra a traer las primicias de vuestro Amor Eucarístico! ¡El Señor os bendiga! ¡y bañe vuestros corazones en el Océano inmenso de su Corazón misericordiosísimo… os abrace en su Santo Amor, nos una a su Corazón divino todas con el lazo indisoluble de la caridad y prenda su divino fuego en vuestras almas para que fieles a vuestra vocación le améis siempre con fe y buenas obras: en espíritu y en verdad!”.

Hoy estamos aquí, y la mejor forma de agradecer todo este tiempo de gracia, es mirar al futuro con un “sí” que suene a eternidad.

Adoremos a Dios en espíritu y verdad

Las primeras fundadoras en México.

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